dilluns, de juny 19, 2006
La prosopopeya de las cacatúas

A veces tengo la sensación de que todo consiste en sujetar firmemente el atril con las manos mientras se suelta una retahíla de acusaciones e improperios. Lo importante es el temple, el aplomo, ese “savoir faire” de gomina y espejo. Soltarlas al vuelo, con la mímica de un reloj suizo, sin titubeos ni fisuras. Sorber un poco de agua, de cuando en cuando; y seguir. Levantar el dedo, acusador o, tal vez, hacer un leve gesto con la mano. Negar, negar mucho: No-no-no-no-no. No. Oponerse con rotundidad, a lo que sea. Mirar hacia un lado, al otro, mesarse el cabello. Terminar con un sonoro epílogo y luego, pedir el voto. Siempre hay quien pica.